En los autobuses, los vendedores ambulantes, que vendían galletas, chocolates y caramelos, ahora venden pastillas de jabón antibacterial, algo que llama mi atención, pero tiene una muy razonable explicación: la escasez no solo de jabón de tocador, sino de harina de maíz, leche, detergente, papel toilette, servilletas y casi cualquier producto de primera necesidad. No sé cómo llamaría esta situación el gobierno, pero para cualquier persona pensante, como ente activo dentro de cualquier sociedad, eso se llama crisis económica que, por supuesto, genera una crisis social y política. El hecho de que estos vendedores ambulantes hayan cambiado su ramo de chucherías a productos de primera necesidad... ¿será una señal de la crisis?
E scribir es mucho más que juntar sonidos petrificados, mucho más que adornar significados enmohecidos, sentidos sinsentido de tanto amoldarse a un sentido globalizable. Escribir es como vivir en la latencia de una página cualquiera, una pantalla que, al final, se reduce a miles y miles de puntos, sin más tiempo que el de la necesidad de la palabra abrumadora, agolpada en tantas sinapsis como posibilidades haya en el universo del ser. Sí, el verbo ser como la clave para hacer un universo de tintapapel o de energía luminosa, que con su estela va dibujando cada uno de mis sonidos. Es el acto de escupir y esculpir razones y sensaciones que mueren en el mismo instante. Se quedan en la millonésima fracción de segundo en que se producen. Es la idea de vida más corta que he experimentado y, sin embargo, la única manera de hacerlas perennes, una especie de muerte para no morir. ¿La clave de la tan ansiada resurrección?, no lo sé. Es posible que en la escritura se redima el pecado de nombrar...
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