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Casa Ajena (El cuento que me regaló Doña Mercedes)

Recuerdo la tarde en la que entré al salón donde me esperaba el jurado para presentar mi proyecto de tesis de maestría. Mi propuesta no encajaba en ninguna parte, pero estaba tan sólidamente argumentada, tan escrupulosamente redactada, que no les quedó más remedio que aceptarla.
Mi Maestría es en Literatura, Mención Literatura Venezolana y mi primer desatino fue el no haber escogido un autor conocido, famoso, del que se hubiese escrito en abundancia.


Mi segundo y garrafal error fue el haber construido un aparato metodológico que escapaba de la Crítica Literaria y de todas las metodologías hasta ese entonces empleadas dentro del postgrado. Me creé un aparato metodológico desde lo transdisciplinario y se me ocurrió mezclar el estudio del texto literario con Biología (Teoría de los Campos Morfogenéticos de R.Sheldrake), Física Cuántica (Teoría del Orden Implicado del Universo de David Bohm) y el estudio de los símbolos de los textos seleccionados desde la Kabhalah y la Psicología Transpersonal (Stanislav Grov y la mente holográfica de Karl Pribram). Para todos allí, mi trabajo no tenía ni pies ni cabeza. Era demasiada osadía, cuando en realidad, sólo se trataba de proponer una vía metodológica distinta, que refrescase un poco el estudio de la literatura en la ciudad y que, además, abriera nuevas posibilidades, nuevas lecturas en un mundo cada vez global, con una visión totalizadora. Yo sólo intentaba ver el todo y no seguir descuartizando las partes. La pregunta era:¿Qué tiene que ver la física o la biología con una antología de cuentos?, Para colmos, escogí una antología de cuentos de una autora apenas conocida.

Nadie había hablado de ella en años,nadie conocía y mucho menos había leído su obra. Para todos, Mercedes Bermúdez de Belloso era poeta, no cuentista. Además, sus cuentos, demasiado cortos e inacabados, "no tenían mayor valor literario". Lo que nadie pensó jamás, es que la extensión y la forma de contar de doña Mercedes", como la conocimos todos en esta ciudad (Maracaibo), era ideal para las páginas de internet, simplemente, se había adelantado unos 20 años a su realidad.

Sus cuentos, son relatos fascinantes, sumidos entre el ensueño de una realidad global, universal, más allá de un simple rostro, una calle, una trama de un solo lugar y de una sola historia. Pero la crítica, hasta entonces, los había tildado de inacabados.

Para mí fue un gran ejemplo, me enseñó cómo sería la cuentística del futuro. Cuando hablé de esto en público, por primera vez, muchos rieron. Pero yo seguí trabajando en ello, intentando encontrar un estilo propio, creo que lo he ido logrando, poco a poco. Entretanto, sólo sigo intentándolo, como ella me sugirió, como ella me enseñó con su ejemplo.

Murió antes de ver publicado un texto suyo en Internet, tampoco me creyó mucho cuando le dije que su manera de contar, precisa, concisa y mágica, sería la estructura del cuento del futuro. Recuerdo que cuando se lo dije, sólo sonrió, me tomó de la mano y compartió conmigo uno de sus más grandes tesoros, todos sus libros de cabecera. Eso jamás lo olvidaré, como tampoco este maravilloso cuento con el que se apareció esa tarde, como invitada especial, en la presentación de mi tesis de Maestría: "Al amparo de un Húmedo Zaguán: Acerca de El Candelabro y otros cuentos de Mercedes Bermúdez de Belloso".

Ella escuchó atentamente todos mis planteamientos y, al final, sólo dijo: "Esta es la única manera que encontré para agradecerte todo cuanto has hecho por mí, por haber seleccionado mi trabajo para emprender tan laboriosa y ardua tarea".
Y comenzó a leer:

CASA AJENA

Esta casa no estuvo nunca situada donde aparece. El árbol que da sombra al ancho se alzaba frente a otra residencia. El patio interior no lucía los rosales que la colman de color y fragancia porque sobre el muro y las pérgolas sólo abundaban campánulas trepadoras y jazmines.

Nadie parece vivir en estos aposentos. El sofá de bambú, la mesa y su florero de vidrio azul sobre fina carpeta de seda, no pertenecen a este corredor sino al de la casa de la esquina donde vivía una señora de espléndida presencia a quien un día se llevaron en una carroza de ébano y cristal tirada por dos relucientes caballos blancos.

La calle se ha confundido de ciudad, de tal manera que todo el que llega debe preguntar en qué región está. De lado y lado, junto a la angosta acera, se suceden hileras de ventanas provistas de artísticas rejas de hierro forjado. Los portales y las cancelas están cerrados para que nadie ose entrar por los zaguanes. Con las lluvias torrenciales se desbordan aljibes de varios caserones y el agua se cuela por la rendija de los umbrales estropeando el mobiliario y las afelpadas alfombras. Estas construcciones parecen no contar con desagües apropiados. A veces se percibe un rumor de escobas escurriendo agua pero no hay quien se atreva a secar y lustrar los pisos en medio de tanto vacío y tan sobrecogedora soledad.


Por momentos el viento combate contra el pacífico silencio. En los traspatios los mismos gallos parecen anunciar el amanecer y revolotean las palomas buscando anidar entre las molduras de las cornisas. Pero sólo el silencio inaugura las madrugadas y éstas caen sobre días sin fechas y sin horas porque los años han ido perdiendo significación entre los estrechos y deshabilitados callejones laterales donde la gente de antes se conocía sin conocerse y hablaba por hablar sin despertar interés alguno, por lo cual jamás llegó a alcanzar categoría de vecindario.

Busco en este lugar la casa que en otro tiempo fuera la de mis padres y sus antepasados. Tengo la certeza de haber vivido en alguna de las tantas de esta calle, mas no acierto a dar con ella. En aquel entonces ninguna familia buscaba mudarse. Más bien el hecho de cambiarse de residencia era algo así como señal de ruina o infortunio.
El tiempo era aún perceptible y no se ahogaba en la bulla de las ciudades de hoy donde un constante ruido, descompasado y chirriante neutraliza sus causas y distinciones significativas.

Los días eran medidos y calculados según sapientes almanaques. Los festejos y las ceremonias se repetían con exactitud y se disponía la siembra de los campos y las cosechas según las sequías y las lluvias bienhechoras. Era importante observar las fases de la luna y la luna se entrometía en la existencia y el comportamiento de los seres humanos y hasta en la manera de ladrar o aullar los perros.

Vuelvo a este lugar después de recorrer muchas tierras como el viajero fatigado que necesita sosiego y lo busca volviendo a sus orígenes. Mas no he podido precisar ni reconocer el solar apetecido. La casa que fue mía ha pasado a ser ahora casa sin dueño conocido, casa ajena, sombría y abandonada como todas las demás que sólo existen en la evocación de un ayer ya confuso entre los caritativos engaños de la memoria.

Mercedes Bermúdez de Belloso.
Maracaibo, 5 de junio de 1989

Al terminar su lectura, me extendió esa cuartilla y media (página y media) escrita en una singular letra de una ya muy vieja máquina de escribir, al parecer una Remington. He guardado esas cuartillas desde entonces y, cuando me desanimo, vuelvo a mirarlas, entonces me parece verla venir hacia mí, como esa tarde, diciéndome, sigue adelante, no importa lo que te hayan dicho, sigue tu corazón y confía en ti. Escribe todo lo que puedas, di todo lo que tengas que decir, "porque para guardar silencio te sobra la eternidad" (Esta última frase la tomé del discurso que doña Mercedes pronunció en la inauguración del Primer Congreso de Escritoras Zulianas. Homenaje a Mercedes Bermúdez de Belloso)

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