Son las 2 de la tarde. Voy camino a casa en un autobús de la Ruta 6. Y bien, si ser del pueblo es ser pobre, tener que hacer largas colas, no tener vehículo y tener que subir todos los días a una ruta de autobús harto peligrosa, pues asaltan, atracan y atropellan a la gente; una ruta en la nunca sé si llegaré a casa viva, entonces yo también soy del pueblo.
Soy comunista, no socialista. No me llevo bien con ese eufemismo de dictadura de estado (o estado de dictadura) que instauró Lenin y que para lo único que sirvió fue para aplastar a generaciones enteras de rusos, bielorrusos, ucranianos, armenios, georgianos y de todos los pueblos que sucumbieron bajo el martillo -como el mazo que golpea- y la hoz -que solo sirvió para arrancar esperanzas y sueños a millones de personas-. Estos pueblos nunca vieron hacerse realidad el ahora manoseado y vilipendiado sueño de Marx, al que por conveniencia declararon "utópico". Así de fácil, con una sola palabra muy pulida e ilustrada, filosóficamente hablando, se sacaron la molesta piedra del zapato (y de la mente). La utopía sirvió para justificar, ideológicamente, a la encubierta dictadura de izquierda, pero dictadura al fin, y "solucionaron" el molesto asunto de la disolución del estado, la descentralización del poder y la autosoberanía de las comunidades ¡Qué fácil resultó con esto de la utopía"!; por cierto, un término acuñado por Tomás Moro, en la Inglaterra de Enrique VIII.
SOY "MORALISTA"
Este país no deja de asombrarme. El colmo de los colmos es que ahora las copias; mejor dicho, los remedos, se llaman corrientes ideológicas, léase "chavismo", "madurismo", "cabellismo" o "caprilismo". Si cualquier apellido es bueno para crear una corriente filosófica e ideológica, entonces me declaro MORALISTA; es decir, seguidora del ideario de libertad y democracia del periodista venezolano Alfredo Morales Acosta, mi padre; uno de los periodistas con más detenciones en la historia del periodismo en Maracaibo, entre 1936 y 1945.
Una vez le escuché contar esta anécdota:
- Me detenían casi todas las semanas; al principio me daban duro; pero despúes, de tanto hablar, el jefe de la policía y yo nos hicimos amigos. Me mandaba a avisar antes de irme a buscar, y me decía: "Moralito, disimulá, pa´que parezca que te "coñaceamos".
¡Dios! ¿Por qué perdimos esa capacidad de conciliarnos, consolarnos, apoyarnos; de solidarizarnos, aun cuando militemos en bandos opuestos?
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