
Imagen tomada de NotiURU en twetter

Son las 9:30 de la mañana y acabo de entrar al auditorio lleno de estudiantes y profesores. Intentan decidir si deben o no regresar a clases.
Las colas me han retrasado, pero cuando entro, esucho la siguiente frase: "El futuro siempre le gana al poder". La ha dicho el rector y los estudiantes la aplauden sin parar.
Al igual que el país, la sala se divide en dos pedazos. Unos quieren regresar a clases; están preocupados por sus estudios, sus vacaciones, sus graduaciones y por Venezuela. Los otros opinan que no pueden volver a las aulas, aunque señalan que también quieren estudiar, sienten que dejar la calle, sería abandonar la patria; también están preocupados por su futuro y por el de Venezuela.
Bien, al menos he encontrado que coinciden en algo fundamental: el futuro de Venezuela. Esta es la conclusión a la que llego después de escuchar dos horas y media de las voces jóvenes y me enorgulleció oír frases como: "No quiero irme de Venezuela"; "Amo este país"; "Este es mi país"; "Quiero graduarme, para seguir en Venezuela"; "Hay que trabajar por Venezuela".
Por primera vez, siento que los venezolanos estamos pensando en el país y no en los intereses individuales. Por primera vez, veo que el movimiento estudiantil se transparenta y se aparta de la politiquería, el partidismo mediocre, sesgado, manipulador y populista del que hemos sido víctimas, desde los mismos años 60, cuando se instaura la democracia en Venezuela. Una democracia que mi generación ha visto fenecer poco a poco, como producto de la corrupción, la ignorancia, el facilismo, el exacerbado paternalismo del estado y un satánico culto a la personalidad, que comenzó con el encumbramiento de los caudillos del siglo XIX (incluyendo al propio Simón Bolívar), la coronación de los reyezuelos quinquenales de la 4ta, República y el endiosamiento del neocaudillismo -no sé si debería decir neodictadura- de esta 5ta. República.
Hemos llegado a una parada en la que el autobús se detiene más de lo normal. Un chico intenta abordar y el colector lo detiene, no quiere recibir el pago del medio pasaje estudiantil, lo insulta y el chico se altera:
-¿Por qué no puedo subir si te estoy pagando?
-Pero teneis que pagar completo, ¿Qué queréis? ¿que te sigamos alcahueteando pa´que vais a protestar?
El chico, aunque molesto,intenta contenerse para no agredir al colector y abordar. Lanza el billete al piso y lo patea. El colector replica:
-¡Ah, te la tiráis de "arrechito"!
Entretanto, la gente, dentro de la unidad, abuchea al estudiante; le gritan, lo insultan. Por fin, interviene el conductor e impide que el colector y el estudiante se vayan a las manos.
La irracionalidad nos ha minado. Ahora, estudiante es sinónimo de delincuente, de fascista. Y es que lo han repetido tanto, a través de los medios de difusión (lo de comunicación ya les queda muy grande), que la gente normal, común y corriente, se lo cree. Me recuerda el viejo proverbio: "Una mentira se convierte en verdad de tanto repetirla".
Por otro lado, el mal hábito de este gobierno de generalizar y homogeneizar todo, nos ha llevado a olvidar que ser estudiante no significa, necesariamente, que se esté en contra del gobierno. De ser así, la 5ta. República se habría perdido desde hace un buen rato.
Se ha llegado a un grado tal de irracionalidad y ceguera que los que son iguales; todos aquellos ciudadanos comunes y corrientes, los que transitan por las mismas calles, los que viven en el mismo barrio, en la misma villa o en la misma calle, ya no son congéneres, no son conciudadanos, no son hermanos, ni amigos, ni vecinos, sino enemigos. Esto era insólito en este país; pues, pese a las diferencias sociales, políticas, económicas y religiosas, siempre hubo reencuentro y reconciliación. Ahora, reina un odio que nos ha sumido en la peor de las guerras. Como dice la vieja sentencia: "La peor guerra es la que se desata entre hermanos de padre y madre".
REPRESALIAS POR DISENTIR:
Ser estudiante es ser delincuente y fascista
Son las 12:30, salí de la asamblea; subo al infernal autobús y en el trayecto, me topo con una miniflota policial, van en motos y en parejas. Se dirigen hacia el norte de la ciudad. Seis cuadras más adelante aparecen en la vía más uniformados, esta vez identifico guardias nacionales y efectivos del SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional). Algo sucede, pero no sé qué es. Simplemente, la ciudad parece sitiada. Me recuerda a la Berlín del muro; una ciudad brutalmente dividida por cercas de alambre, totalmente militarizada; donde la gente tuvo que acostumbrarse a dormir bajo la mirada de las fuerzas militares extranjeras (tanto de un lado como del otro) y arrullada por el tormentoso y angustiante ruido de los helicópteros, prestos a disparar ante cualquier "anormalidad".Hemos llegado a una parada en la que el autobús se detiene más de lo normal. Un chico intenta abordar y el colector lo detiene, no quiere recibir el pago del medio pasaje estudiantil, lo insulta y el chico se altera:
-¿Por qué no puedo subir si te estoy pagando?
-Pero teneis que pagar completo, ¿Qué queréis? ¿que te sigamos alcahueteando pa´que vais a protestar?
El chico, aunque molesto,intenta contenerse para no agredir al colector y abordar. Lanza el billete al piso y lo patea. El colector replica:
-¡Ah, te la tiráis de "arrechito"!
Entretanto, la gente, dentro de la unidad, abuchea al estudiante; le gritan, lo insultan. Por fin, interviene el conductor e impide que el colector y el estudiante se vayan a las manos.
La irracionalidad nos ha minado. Ahora, estudiante es sinónimo de delincuente, de fascista. Y es que lo han repetido tanto, a través de los medios de difusión (lo de comunicación ya les queda muy grande), que la gente normal, común y corriente, se lo cree. Me recuerda el viejo proverbio: "Una mentira se convierte en verdad de tanto repetirla".
Por otro lado, el mal hábito de este gobierno de generalizar y homogeneizar todo, nos ha llevado a olvidar que ser estudiante no significa, necesariamente, que se esté en contra del gobierno. De ser así, la 5ta. República se habría perdido desde hace un buen rato.
Se ha llegado a un grado tal de irracionalidad y ceguera que los que son iguales; todos aquellos ciudadanos comunes y corrientes, los que transitan por las mismas calles, los que viven en el mismo barrio, en la misma villa o en la misma calle, ya no son congéneres, no son conciudadanos, no son hermanos, ni amigos, ni vecinos, sino enemigos. Esto era insólito en este país; pues, pese a las diferencias sociales, políticas, económicas y religiosas, siempre hubo reencuentro y reconciliación. Ahora, reina un odio que nos ha sumido en la peor de las guerras. Como dice la vieja sentencia: "La peor guerra es la que se desata entre hermanos de padre y madre".
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