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Mi último cumpleaños en un país que no conozco

Luego de varios años, regreso a aquí, a esta página que un día creé para escribir y hablar de ficción. Pero la ficción, no sé si por eso que llaman realismo mágico, por nombrarle de alguna forma, se me ha convertido en la realidad del día a día.

AÑO 2014

Despierto con los rayos del sol que se han colado por mi ventana. Es sábado. Recuerdo, entonces, que es mi cumpleaños. Unas voces hacen que me sobresalte; pues las tres últimas semanas han sido de verdadera incertidumbre. Hacía ya un mes que los estudiantes protestaban, marchaban y, poco a poco, habían logrado que la sociedad civil se sumara. Así nacieron las "guarimbas", un término que empleaba la guerrilla urbana de los años 70 y luego los llamados "tirapiedras"  de la Central (Universidad Central de Venezuela). Ahora regresa el término y casi nadie sabe qué significa, salvo aquellos chicos encapuchados que lanzaban piedras y bombas molotv en "Las Tres Gracias" y que ahora son la máxima dirigencia de este país. Por eso ellos saben. Por eso, cuando vieron las primeras quemas de "cauchos" y las barricadas que colocaban los estudiantes, uno de aquellos "tirapiedras" de Las Tres Gracias, salió en cadena nacional empleando el término. De allí en adelante, todos: estudiantes, periodistas nacionales y extranjeros, corrieron al diccionario para encontrar su significado; pero,  por supuesto, no aparece registrado en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
Me asomé a la ventana y respiré, no había enfrentamientos entre estudiantes y guardias nacionales. Volví a la calma. Pude salir a casa de un amigo que me regalaría un sesión de relajación, meditación y sanación con cristales. 
Al terminar la sesión, la conversación fue inevitable; la escasez, la lucha de los estudiantes, la arremetida de las fuerzas armadas, los disparos a la cabeza. Quedamos sin palabras por unos segundos, pero luego ambos coincidimos en la misma frase de cierre: "Cuídate, esto está muy mal". 
Y llegó la tarde, creí que mi amiga me invitaría a comer la tradicional torta de cumpleaños; y sé que esa era su verdadera intención, pero el país es otro y sucumbimos a la tentación de entrar a un supermercado para ver qué había. Llegamos a un súper y comenzamos a ver si había papel toillete o jabón de tocador, pero no fue así.
-¡Quizás haya arroz o harina!, exclamó mi amiga, pero no fue así.
Dimos vueltas entre los anaqueles y descubrimos un aceite de oliva importado por una de las empresas productoras de aceite más grandes de Venezuela: Industrias Diana. Pensé: ¡Dios! ya ni Diana produce. Seguimos rebuscando entre los anaqueles y mi amiga detectó café no regulado a un precio razonable. No lo podíamos creer. Tomamos la botella y el paquete de café y nos dispusimos a realizar la ahora infaltable cola para cancelar. Cuando salimos de allí, eran las 8 de la noche. Me pareció insólito, pues nunca creí que celebrara mi cumpleaños en una cola de supermercado para pagar una botella de aceite de oliva y un paquete de café. Sin embargo, no podía quejarme, no todos pueden tener ese privilegio. 
Mi amiga y yo agradecimos el hecho de que aún pudiéramos comprar estos productos a los que es muy difícil tener acceso, puesto que ya hace mucho tiempo que no encontramos aceite ni café a precio regulado. Entonces recordé cómo algo tan normal en este país como comprar alimentos, se había convertido en una odisea para todos. El gobierno dice que ahora todos tiene dinero para comprar y es cierto, pero no hay qué comprar y se invierten cuatro, cinco y hasta seis horas para adquirir dos o tres productos de la muy maltrecha cesta básica venezolana. 
No sé cómo hacen las demás personas; pero, personalmente, no puedo permitirme el lujo de pasar tantas horas en colas para comprar comida cuando debo trabajar para ganar el dinero que paga esa comida ¿Cómo lo logran esas personas? No lo sé. La única respuestas razonable que consigo es que, definitivamente, los "bachaqueros" con sus reventas (inflación casera) y el contrabando de extracción de alimentos es innegable.
Me fui a dormir con un extraño sabor amargo en la boca y en el alma. Era mi cumpleaños y, aunque estaba en Venezuela, sentía que mi último cumpleaños había transcurrido en un país que desconozco. 
 


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