
Una tarde se acercó a mí y dijo:
-Hagamos algo interesante y maduro, escribamos todo cuanto queremos decir que no hayamos dicho, anotemos todo cuanto nos haya unido alguna vez y todo lo que nos haya podido separar -así me pinchó- .
Por supuesto, acepté enseguida y literalmente encantada. Siempre quise jugar a la psicoanalista con aquella relación tan desigual. Sólo deseaba comprender qué había sucedido conmigo y por qué cedía con tanta fascinanción ante las manipulaciones de un hombre que, con el tiempo descubrí, era totalmente desconocido para mí.
Fui demasiado intelectual, viví entre, en y desde teorías. Todo debía funcionar si "había una comunicación honesta entre la pareja". Honestidad, sinceridad, respeto. Yo creía firmemente en ello, y lo practicaba hasta las últimas consecuencias. Lo que no supe nunca es que era sólo una utopía de la que mi esposo, no sólo se burlaba, sino que se aprovechaba al máximo. ¡Qué ingenua!, ni siquiera podía decirse que era de Venus.
Hoy, me siento orgullosa de mí misma, pues actué siempre en función de lo que creí, y lo hice de corazón. Él no lo comprendió jamás, nunca aceptó de veras que yo le amase. Tal vez no se sintió merecedor. Bien, ese fue su problema.
Por supuesto, él no escribió ni una sola línea de nada, a cambio, yo escribí una kilométrica carta, tan larga que llenaría las páginas de un libro entero. Como resultaba muy engorrosa y estaba segura de que nadie la leería en aquel juzgado, me tomé la molestia de realizar una versión corta.
La segunda carta
A MI ESPOSO
No te necesito para sobrevivir, te sigo necesitando para compartir.
Te molestan mis impulsos, mis explosiones, y yo me pregunto: Si he tratado de entender las tuyas ¿por qué tú no puedes entender las mías?.
Tú callas y yo espero. Tú dices que más tarde o después, y yo continúo esperando. Tú prometes y yo me siento segura de que vas a cumplir, pero el tiempo pasa, las cosas pasan y las esperas se acumulan. Un día me di cuenta que no se trataba de días ni de meses, sino de años.
Años de tus despreocupaciones, de tus olvidos, mientras, yo debo conformarme con un “es que yo soy así…”. ¿Acaso mi “yo soy así no cuenta?.
El colmo de mis desesperos apareció cuando comencé a sentir el peso de tu desconfianza. La chequera escondida, los reproches por hombres que me miran y que ni siquiera sé dónde están.
Nunca hablaste acerca del trauma de tu primer divorcio, no obstante, intentas cobrarte conmigo lo que un día te hicieron a ti.
Estoy cansada, no me pidas más de lo que he dado, porque no tengo más para darte sin recibir estímulo. Te has acostumbrado a dejarte amar y a mí me has dejado el parlamento de la que debe ganarse tu amor a través de la sonrisa, aunque no tenga ganas, la que tiene que entenderlo todo, comprender sin esperar más a cambio que algunas horas escuchándote hablar de ti. Y yo, pasiva y serena, sólo oigo acerca de tu trabajo, tus logros, alcanzados por tu propio esfuerzo, cierto, pero ¿qué hay de todo cuanto hice por ti?, escribí para que tú firmaras más de una vez, te acompañé en todo, te escuché y te esperé siempre sin lograr ningún crédito.
“Todo lo que eres me lo debes a mí”. Esa ha sido tu mejor y más lucida frase en los momentos de insultos y discusiones, sin embargo, ¿estás seguro de que no me debes nada?.
Eres exigente hacia los demás, severamente exigente. Yo no escribo por ser muy floja, no leo ni estudio porque la pereza me invade, no hago nada, simple comodidad. Más, cuando se trata de hacer tu balance, ¡ay!, cuánta condescendencia.
Todo aquello que resulta mal, según tu óptica, es mi culpa. Cuán fácil resulta soportar los propios errores cuando se tiene a alguien a quien recostarle las culpas.
Admito mis arranques, mi impaciencia, y es que la trampa de tu indolencia me ha vuelto volátil, insegura y hasta amargada. Pero, recuerda es un “dejar pasar” de más de siete años.
Guardo muchos dolores, grandes decepciones, las cuales se acentuaron cuando llegó nuestra hija y quisiste que ella también viviese a tu manera. Siempre “mientras tanto”, un mientras tanto que pasó de meses a años.
He visto crecer a mi hija casi como una fierecilla de cuento. Cuando nació no había cuna, ni ilusión por arreglar su habitación. Ni siquiera tenía pisos ¿recuerdas?. Tampoco mostraste ningún entusiasmo por escoger ropa hermosa, por buscar su comodidad y seguridad.
Ya lo sé, dirás que yo tuve la culpa, que no me ocupé de nada. Te recuerdo, entonces, cuánto luché para que viviera, te recuerdo mis nueve meses en cama tratando de que nuestro embarazo no se frustrara, como los anteriores. Te recuerdo que fueron nueve largos meses concentrada en lograr su vida. Era eso o nada.
No entiendo por qué no obtuve tu ayuda, te limitaste a culparme. Luego, me dediqué a cuidar de ella, espera que tú colaborases conmigo, aunque fuese por una sola vez, con los detalles, como siempre, no logré nada. El tiempo transcurrió y esos detalles, a los que no diste importancia, se quedaron en mí como grandes frustraciones.
Soñé con que nuestra primera hija fuese como el sol, con el universo, que habríamos de fabricar para ella, a sus pies. No pude, como de costumbre entre nosotros, me faltó tu apoyo y mi decisión. Caí de nuevo en la trampa, frustrada y herida decidí no tener más hijos. Hasta eso sacrifiqué, hoy reconozco que por miedo. Pero tú no me debes nada, pese a ser la única mujer que se atrevió a salvar tu estirpe.
Sé que lo importante no es lo que pueda verse, sin duda, es más importante lo que se siente. El problema contigo es que pretendes que los pobres mortales que te rodeamos estamos en la obligación de adivinar tus sentimientos. Y cómo, si tú no dejas que se plasmen en esas pequeñas cosas de todos los días. Contigo aprendí que para amar a alguien, sea quien sea, hace falta mucho más que un te quiero, mascullado de vez en cuando.
No eres capaz de dejar que alguien se acerque a ti. Cierras todas las vías de acceso a tu corazón y para ti la colaboración hacia otro llega hasta donde puedas estirar tu mano, sin mucho esfuerzo, claro está.

Tú vives solo y, por mucho que haya luchado contra ello, sé que jamás podré vencer, porque no lo deseas. Te escondes de todo y de todos. Llevas una doble vida que no comprendo, escindido entre la calle y tu casa, siempre escondiendo algo.
Es posible que no te hayan enseñado a expresar amor y, sin embargo, ¿cuántas veces te he escuchado decir que “lo que cuentan son las acciones”?.
Creo que debes reflexionar un poco acerca de los seres que te rodeamos, dicho sea de paso, son seres que tú elegiste, tal vez si confiaras un poco en nosotros, si tu excesivo egoísmo te permitiera mirarnos a los ojos, tu vida, nuestra vida sería diferente.
Quizás esté siendo injusta, pero no me has permitido ver otra cosa. Posiblemente todo esto resulte cruel para ti, pero de no ser hoy, hubiese sido cualquier otro día, tarde o temprano tendría que decirlo. Estas palabras me queman, sin embargo, cuán reales las siento.
Si pudieses bajar del ese Olimpo de cartón que te construiste y verme a la cara, por una sola vez, clara y transparente, si quisieras dejar de compararme cono sé qué y pensaras un poco en mí, no en mí en función de ti y tus expectativas.
Si, por fin, quisieras comprender que cuando hablo sola es porque me siento terriblemente SOLA, desesperadamente sola.
Si pudieras volver a ver el paisaje que me ofreciste hace años, mirar las estrellas y amar mis locuras como yo he amado las tuyas. Si pudieras ser poeta de la luna frente a tus papeles y un simple mortal ante nuestra vida de 7 de la mañana a 11 de la noche. Si quisieras comprender que necesito de tu amor, no de ti, para tener derecho, de vez en cuando, a un día para mí, a un sol que brille para mí, una noche de amor parea mí, sólo para mí.
¡Si pudieras…!
Lo más triste es que jamás sentí celos, porque nunca me hizo sentir que hubiese alguien más. Es extraño ¿verdad?.
Foto: http://pro.corbis.com/
Comentarios