Estando frente a la ventana de mi casa, me detuve por un instante, sólo un instante, a ver los árboles, la brisa era muy suave y, pese a ella, hacía calor, sin embrago los árboles mecían sus ramas con la gracia de una experta bailarina. Nunca había notado cuán gráciles eran, nunca antes había notado cuánto han trabajado para que el aire que llega a mi ventana y que proviene desde la muy transcurrida avenida -atestada de todo tipo de vehículos despidiendo gases y humo- sea menos contaminado.
Unos días más tarde, un vecino habría propuesto a la junta de condominio cortar los árboles para ampliar el estacionamiento. Tal vez, yo misma habría accedido, si no hubiese tenido esa visión apenas dos días antes. Por supuesto, me opuse férreamente a la ampliación.
Ante mi protesta, escuché este comentario:
--La verdad es que necesitamos más puestos de estacionamiento y esos árboles sólo sirven para ensuciar con sus hojas y sus flores--
¡Dios!, cómo agradezco el haberme asomado a mi ventana esa tarde, cómo pude ver lo que otros no podían apreciar. Aún retumban esas palabras en mí: "ensucian con sus hojas y flores"...
Yo sólo contesté:
--Señor, si tan sólo pudiese asomarse a su ventana alguna tarde y ver cómo ellos se mecen al compás del viento, si tan sólo pudiese ver que esos árboles están tan o más vivos que muchos de nosotros y si tan sólo pudiese ver cómo ellos, durante todo el día convierten toda esa polución, contaminación de gases y humo en oxígeno, los defendería tanto o más que yo. Sé que todo depende de lo que decida la mayoría, pero antes de hacerlo, sólo quiero pedirles que se asomen a sus ventanas y los sientan, que escuchen cómo hablan con el viento e intercambian impresiones con las nubes. Ellos están allí, indefensos, no podrán hacer nada ante la sierra, sólo se quebrarán, pero recuerden, cada crujido es un gran dolor, como si le cortasen sus piernas o sus brazos. Ellos sólo desean estar allí para nosotros y no tienen la culpa de que usted, usted, ni usted, se hayan asomado antes a su ventana.
Hace ya un año y los árboles continúan allí, en pie. Ahora parece que todos les han visto, eso alegra mi corazón, y todo gracias al haberme detenido ese instante aquella tarde frente a mi ventana.
Unos días más tarde, un vecino habría propuesto a la junta de condominio cortar los árboles para ampliar el estacionamiento. Tal vez, yo misma habría accedido, si no hubiese tenido esa visión apenas dos días antes. Por supuesto, me opuse férreamente a la ampliación.
Ante mi protesta, escuché este comentario:
--La verdad es que necesitamos más puestos de estacionamiento y esos árboles sólo sirven para ensuciar con sus hojas y sus flores--
¡Dios!, cómo agradezco el haberme asomado a mi ventana esa tarde, cómo pude ver lo que otros no podían apreciar. Aún retumban esas palabras en mí: "ensucian con sus hojas y flores"...
Yo sólo contesté:
--Señor, si tan sólo pudiese asomarse a su ventana alguna tarde y ver cómo ellos se mecen al compás del viento, si tan sólo pudiese ver que esos árboles están tan o más vivos que muchos de nosotros y si tan sólo pudiese ver cómo ellos, durante todo el día convierten toda esa polución, contaminación de gases y humo en oxígeno, los defendería tanto o más que yo. Sé que todo depende de lo que decida la mayoría, pero antes de hacerlo, sólo quiero pedirles que se asomen a sus ventanas y los sientan, que escuchen cómo hablan con el viento e intercambian impresiones con las nubes. Ellos están allí, indefensos, no podrán hacer nada ante la sierra, sólo se quebrarán, pero recuerden, cada crujido es un gran dolor, como si le cortasen sus piernas o sus brazos. Ellos sólo desean estar allí para nosotros y no tienen la culpa de que usted, usted, ni usted, se hayan asomado antes a su ventana.
Hace ya un año y los árboles continúan allí, en pie. Ahora parece que todos les han visto, eso alegra mi corazón, y todo gracias al haberme detenido ese instante aquella tarde frente a mi ventana.
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