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Algunas letras para este alfabeto nuestro (y sin diccionario)


Cuando nació mi primer sobrino, me pareció que la vida, sin duda, era mágica. Verlo crecer, caminar y escuchar el milagro de sus primeras palabras, simplemente fue inexplicable para mí entonces. Unos meses más tarde llegó mi segunda sobrina, aún más sorprendente, sus ojos miraban fijamente y, por alguna extraña razón, ella se hacía entender a través del brillo de sus ojos.

Llegó el momento de comenzar la escuela primaria, el primer día fue todo un acontecimento familiar. Después, vino la fase de aprender a escribir y hacer tareas. Para el mayor, ¡qué tortura!, para la niña, una delicia, le encantaba garabatear y, cuando descubrió el mundo de los números, era maravilloso ver cómo resolvía problemas por encima de su grado.

Los niños habían cumplido tres años cuando llegó el tercero de la nueva generación: lo llamamos Claudio, inteligente y muy apegado a su madre. Aún recuerdo cuánto le costaba recordar las letras, así que diseñamos un método:
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KULO CON K
A Claudio Alfredo
El llanto, ese llanto ensordecedor de tus primeros meses. Pasé junto a ti todas las tardes que fueron necesarias para que aprendieses a leer, y la única manera que encontró la tía Rubia fue meterse en tu mundo, ese mundo de tus picardías cuando te reías porque era la "c" de culo. De nada sirvió "casa".
Fueron tardes enteras inventando palabras con "m", tratando de suavizar aquella terrible lección y tu cara de interminable aburrimiento: "amo a mi mamá, mi mamá me mima".
¡Quién quiere aprender semjantes sandeces!, ¿verdad?.
--¡Muchacho!, esas es la "c" de "casa", de "casa"... okey, está bien, esa es la "c" de "culo". Nunca más se te olvidó la lección. Aunque siguieron los errores ortográficos por muchos años más, hasta el punto de que cuando te graduaste en la secundaria, casi escribías "culo" con "k".
Descubrí un día, en tus cuadernos, que las generaciones estaban con "j". Primero vino la reprimenda, despúes, la magia. ¡Qué diablos importa si la "c" y la "s" se intercambian!, total, suenan igual.
Me guardé ese mundo de posibilidades, de transgredir todos los diccionarios de este mundo. Me fui por la vida dedicada a corregir, recuerdo que comencé corrigiendo tus tareas. Y ese día me lo recordaste.
--Lo único que me falta, según vos, es escribir "culo" con "k".
Y junto a tus sueños, tus bromas, seguí adelante, con esas "jodederas" tuyas, tan tuyas, que me permiten continuar respirando.
Ahora miro tu risa enbigotada, que me permite salir de mi simple sobrevivir.
Ahora la ventana ya no es tan grande, y la luna llena me parece hermosa. Tejemos un sueño juntos. Un sueño de amor. Vos a los doce y yo a los cuarenta.
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EL ACENTO TRANSPARENTE
Y nació María Laura, mi hija. La magia ahora sobrepasaba cualquiera de mis espectativas. Fueron dulces sus primeros años. Así, llegó el primer año de escuela, luego el segundo y el momento de enfrentarse a la escritura.
María Laura tenía la particularidad de hablar correctamente desde el año y medio, lo asombroso era los términos que empleaba y lo bien que lo hacía. Con los años, por supuesto, esta habilidad se acrecentaba. Tenía su propia manera de definir las cosas.
Una tarde, haciendo sus tareas me preguntó:
--Mami, ¿ "hevidente" tiene acento transparente?
--¿Qué es un acento transparente?, pregunté.
--El que va intercalado- respondió.
¡Por Dios!, continuamos deletreando juntas:
-- -h-e-v-i-d-e- (con acento transparente) n-t-e. No, mami, esa palabra es muy larga, ya se me olvidó por dónde voy--.
--¿Por qué transparente?, insistí.
--Porque no se ve mami, es transparente.
Para María Laura no existían las "ces", tampoco las singulares rayitas, esas pequeñitas que parecen sucios en las páginas. Nada de importancia, se llaman acentos
-- "hacentós"--, como les llamó María Laura.
También las "ellas" de su cuaderno me cuesta reconocerlas, es tan extraña para mí una "eya".
Se rió y continuamos bromeando, entonces me preguntó:
--¿Quieres oír una definición de mamá?
--Sí, contesté
--Mami: animal de dos patas y vientre inflado que alimenta a los bebés--
--¡Por Dios!, mi madre me hubiese roto un plato en la cabeza...
--Ah, pero son otros tiempos, mami, y tú no eres la abuela, por suerte...
Foto: María Laura Rodríguez

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